Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1640
Legislatura: 1898-1899 (Cortes de 1898 a 1899)
Sesión: 20 de mayo de 1898
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 24, 608-610
Tema: Solución de la Crisis y constitución del nuevo Ministerio

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, la crisis ministerial que se ha resuelto con el Ministerio de que habrá dado cuenta la Mesa al Congreso, y que tengo la honra de presentar, no ha sido, en realidad, una crisis política. El Ministerio anterior, por las inmensas dificultades en que, a pesar suyo, se vio envuelto por los graves asuntos en que tuvo que intervenir, y sobre todo por las amarguras que en silencio tuvo que devorar, gastó en siete meses más vida de la que en otras circunstancias hubiera gastado en siete años; unos Ministros por enfermos, algunos por cansancio y otro por la creencia de que compromisos contraídos en las funciones en que especial y personalmente intervino no le permitían toda la libertad de acción necesaria para continuar con utilidad sus servicios en el Ministerio, manifestaron en uno de los últimos Consejos de Ministros sus deseos, mejor diré, su resolución de salir del Ministerio, dejando a mi elección el día en que yo creyera conveniente que debía plantear la crisis con este motivo suscitada.

Los demás Ministros creyeron que debían seguir a sus compañeros, con los cuales habían estado siempre, no sólo en perfecta, sino en cariñosa inteligencia y los unos y los otros pusieron a mi disposición sus dimisiones, para que yo, cuando sin quebrantar el servicio público en los momentos críticos que atravesamos lo creyera conveniente, pudiera ofrecerlas a S. M.

La crisis, pues, aunque latente, quedó planteada desde ese día; pero sin que antes precediera desacuerdo ni disidencia política entre los Ministros que constituyeron el Ministerio anterior.

Entendí yo que antes de plantear la crisis debía procurar que se aprobara el proyecto de ley de bill de indemnidad en los términos que creyera justo el Congreso, puesto que el Senado a la sazón ya lo había aprobado porque todos los Ministros estábamos por igual interesados en esa resolución.

Por la urgencia del asunto quise yo también que se aprobara el proyecto de ley de recursos extraordinarios para la guerra antes de que hubiera cambio ninguno ministerial, por el temor de que esto retrasara medida tan necesaria y tan urgente.

Todavía hubiera querido más, todavía hubiera deseado que antes de planearse y resolverse la crisis se hubiera legalizado la cuestión económica con la discusión y aprobación de los presupuestos, pero a tanto no pude llegar, y una vez resueltos los dos [608] puntos más apremiantes, tuve el honor de poner en las augustas manos de S. M. las dimisiones de todos mis dignos compañeros, encabezándolas con la mía.

Su Majestad se dignó aceptar la dimisión del Ministerio y encargarme de la formación del que hubiera de sustituirle, encargo que yo acepté sin vacilación porque en los supremos momentos en que vivimos considero éste un puesto de honor. En virtud, pues, de ese encargo, se ha formado el Gobierno que se sienta en este banco, de cuyos individuos nada tengo que decir, por ser todos, de la mayoría antiguos amigos, de las minorías antiguos adversarios y de la mayoría y de las minorías antiguos conocidos.

Falta aquí el Ministro de Estado porque yo me permití aconsejar a S. M. el aplazamiento de este nombramiento a consecuencia de haber coincidido la resolución de la crisis con ciertos sucesos ocurridos en el extranjero, sucesos que pudieran promover acontecimientos extraordinarios y en previsión de esos acontecimientos, el Gobierno ha creído que son atendibles las razones alegadas para permanecer en su puesto, por nuestro embajador en Francia, que era el designado para ocupar la cartera de Estado, opinando que en estos momentos será inconveniente que abandonara aquel puesto en tanto que no se aclare la situación de Europa y no se vea de una manera clara el rumbo que en definitiva han de tomar los asuntos internacionales.

Vino el Ministerio anterior a realizar el programa del partido liberal proclamado en la oposición, con objeto de resolver el pavoroso problema de Cuba, haciendo fructíferos los constantes e indudables triunfos de nuestro ejército contra los rebeldes combinando para ello la acción militar con la acción política y con la acción diplomática a fin de conseguir cuanto antes la pacificación de nuestra grade Antilla, pero todos sus esfuerzos y aun el éxito que ya se veía que empezaba a coronarlos, se estrellaron contra los propósitos de los Estados Unidos, que obligaron a una guerra inicua, declarándola contra toda razón, contra toda justicia y sin precedente en la historia de los grandes atropellos de la humanidad. (Muestras de aprobación.)

Pues bien, Sres. Diputados, interrumpido aquel programa por los cañones de los Estados Unidos, ¿cuál es el rumbo que debe adoptar este nuevo Ministerio? El Gobierno español se vio, como ya he tenido ocasión de decirlo otra vez, en este terrible dilema: o la guerra, o el deshonor; o la guerra con sus desventuras, o el deshonor con todas sus vergüenzas. El Gobierno se vio, pues, compelido a la guerra. Tuvo que ir a la guerra forzosamente. En la guerra estamos y mientras no se encuentren términos honrosos para gestionar la paz, este Gobierno no puede tener más política que la política de la guerra, es a saber: aquella política que le procure más medios y más elementos para el combate, que tenga por objeto auxiliar enérgicamente las operaciones de nuestro ejército de mar y tierra, enviar prontos y eficaces refuerzos donde sean necesarios, arbitrar los recursos que hagan falta, restablecer la confianza dentro del país, como garantía del orden público, ponerse en contacto con todas las cancillerías extranjeras en previsión de los acontecimientos posibles, y prepararse asiduamente, sin perder momento, para aprovechar la primera ocasión que se presente, en la cual, sin humillación para nuestras armas y sin desdoro para nuestra Nación, pueda aceptar y aun iniciar proposiciones pacíficas, proposiciones, señores Diputados, que habiendo de depender de las circunstancias, sería muy aventurado determinar de antemano, y que en todo caso no pueden sujetarse a un programa porque su publicidad imposibilitaría su realización.

El Gobierno, pues, no ha de perder un solo momento de vista los beneficios de la paz, y para conquistarla hará cuanto pueda, después de cumplir los deberes que le imponen la defensa de nuestro territorio atropellado y de nuestro honor ofendido.

Para esto, Sres. Diputados, este Gobierno no es más que un Gobierno español, que cuenta con el apoyo de todos los españoles, que no distingue de amigos y adversarios, que a todos apelará con confianza, porque de todos espera el necesario concurso para rechazar una agresión incomprensible de un pueblo que, ciego, sin duda, por su poder, ha creído fácil empresa uncir al carro de su soberbia a la noble y altiva Nación española. (Muy bien, muy bien.)

Pero si de todos los españoles esperamos el concurso, lo esperamos muy especialmente del Congreso de Diputados, de cuyo patriotismo nadie puede dudar. Yo se lo reclamo en nombre del Gobierno, en nombre de la Patria. Y no quiero sentarme sin dirigirle antes un ruego.

Nunca ha sido el gobierno liberal (y en esta parte tampoco el Gobierno conservador) refractario al funcionamiento y permanencia de las Cortes: al contrario, las ha considerado siempre y las considera ahora, como el elemento más necesario, más indispensable de gobierno; aparte de reconocerlas como base esencial e indispensable del régimen en que vivimos. Pero en estos momentos, Sres. Diputados, cuando el enemigo quiere batir en brecha todas nuestras fuerzas, cuando en todas partes nos ataca y por todas partes quiere asaltar nuestra casa para arrojarnos ignominiosamente de ella, ¡ah!, en estos momentos el Gobierno tiene también para evitarlo que acudir a todas partes, y no está en las mejores condiciones para asistir constantemente a los debates parlamentarios.

Yo de mí sé decir que ha habido día que, sentado en este banco, no oía al orador que de mis actos y de mi persona se ocupaba porque aunque sentado aquí, tenía el pensamiento muy lejos. Está bien que se procure mejorar la organización de los servicios públicos, que bien lo ha menester nuestro país; pero, francamente, ni la atención, ni la inteligencia, ni la voluntad están para ocuparse en estos momentos de esas cuestiones porque ahora nadie piensa más que en la guerra, ni nadie debe pensar más que en aquellos que están derramando su sangre por la integridad de la Patria y por el honor de la bandera.

Después, con ánimo más sereno y sin las preocupaciones que hoy nos producen tantos y tan graves conflictos, podremos ocuparnos de esos problemas, también importantes, con fruto y resultados positivos.

No quiero decir con esto que no se discuta, pero sí que se procure discutir lo menos posible, nada más que aquello que ha de ser práctico porque, después de todo, en semejantes momentos, lo que pueden hacer las Cortes es excitar el espíritu público, armonizar voluntades, procurar recursos para la [609] guerra, y una vez cumplida tan elevada misión, dejará a los Ministros el desahogo necesario para que llenen la suya.

Dirijo pues, este ruego a los Sres. Diputados y espero que sea atendido, no por bien del Gobierno, sino por bien de la Patria. (Muy bien.- Aplausos.)



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